Sin que en apariencia tengan nada que ver la Diada catalana y el movimiento Canarias Libre, lo cierto es que en ambos subyace un mismo fin: la independencia de dos pueblos frente al centralismo. No obstante, la Diada vuelve hoy a tomar mucha más fuerza y el movimiento independentista que encabezó Fernando Sagaseta de Ilurdoz Cabrera en Canarias (más bien Gran Canaria) es un acontecimiento ya cerrado, de hace cincuenta y algunos años (el consejo de guerra contra nueve miembros fue el 6 de abril de 1962).
Por más que es fiesta nacional en Cataluña desde 1980, la Diada viene de muy atrás. Arranca en el siglo XVIII, cuando las tropas del Borbón Felipe V entran a saco en Barcelona el 11 de septiembre de 1714 y, poco después, el rey abole las instituciones catalanas. Por tal razón se mantiene ese día como manifestación del sentimiento nacionalista-independentista. Y la primera conmemoración por la caída de Barcelona y el recuerdo de los catalanes que murieron en su defensa fue en 1886.
Obviamente, todo lo que afecta a Cataluña impacta en España. Por tanto, la cadena independentista del pasado 11 fue portada en todos los medios de difusión españoles y bastantes extranjeros. En conjunto dedicaron muchísimo más tiempo a tal hecho que al tema de Gibraltar, a pesar de que interesadamente el Gobierno central habló del Peñón cual si de un trascendental acontecimiento de patrio honor se tratara. Pero le salió rana, increíble torpeza: la población captó que se trataba de un intento escapista, evasivo, burda maniobra ocultadora de la aparente descomposición interna de un sector del PP. ¿La prueba? Ya nadie, ni el Gobierno, habla de Gibraltar, ni de espigones, ni del centenario contrabando de tabaco. (Increíble torpeza, sí, perplejante en gente inteligente.)
Quienes desean la independencia de aquella tierra catalana –en un Estado de poder popular están en su derecho a reclamarla- defienden que aquel millón y medio de personas que plantó la cadena humana a lo largo de cuatrocientos quilómetros (solo setenta menos que dos vueltas a Gran Canaria) es un importante éxito de los nacionalistas. Los contrarios argumentan que seis millones no participaron en ella.
Obviamente no voy a entrar en consideraciones respecto a la asistencia, pero es cierto que se manifiesta un sentimiento catalanista no solo muy arraigado sino, además, muy sentido, y en las cosas de los sentimientos no hay veladas amenazas que impacten como aquella de que, si se independizara, Cataluña no formaría parte de la Unión Europea. Inmediata respuesta: Suiza y Noruega no solo no son miembros sino que, por plebiscito, rechazan la entrada. Y no son, precisamente, países tercermundistas. Aunque también es cierto que si a la ultraliberal Europa le interesara económicamente Cataluña como hipotético Estado, podemos estar seguros de que la reclamaría como miembro con todos los derechos, por más que Madrid pusiera el grito en el cielo.
Añado cinco verdades. Una: Cataluña se ensambló con Aragón en 1412. Dos: tras la unión de este reino con Castilla, Cataluña salió muy beneficiada en el comercio con América, y su presencia acaba en 1959, triunfo de la Revolución castrista. Tres: desde el siglo XVIII hasta 1870 los Borbones hicieron la vista gorda con el comercio de esclavos negros que practicaron navieros, marineros y comerciantes catalanes para trabajar las industrias del café y del azúcar en Cuba y Puerto Rico. Más de sesenta mil personas fueron vendidas por aquellos. Las inmensas fortunas obtenidas con las explotaciones agrícolas y tan miserable negocio esclavista se invirtieron en Cataluña. Cuatro: Cataluña detentó, gracias a privilegios reales, el monopolio del comercio marítimo con Cuba (incluidos los barcos que transportaban esclavos), lo cual supuso el rápido florecimiento de la industria textil catalana. Cinco: el Estado moderno español se forjó gracias también a líderes catalanes como Pi i Margall, federalista y referente de la tradición democrática española.
El movimiento Canarias Libre es algo muy distinto. De entrada, ni tuvo arraigo popular ni, por supuesto, le interesó a la burguesía platanera grancanaria, más afanada en mantener sus feudalismos medievales y prebendas franquistas adquiridas por leales servicios al Régimen. Más: tampoco contaba Canarias con una poderosa clase media intelectualizada y consciente del abandono a que tuvieron sometido al Archipiélago, colonia si no a la manera de Sájara o Guinea, sí destino-destierro de muchos políticos que vieron en estas ínsulas la posibilidad de enriquecimientos fáciles en connivencia con el capitalismo de las aguas y las tierras, plataneras o tomates. La única reacción de Canarias contra el dominante peninsular fue una palabra: godo. Pero paseaba –y pasea- los Pendones de la conquista en solemnes procesiones. La Diada, sin embargo, fue reacción contra una fecha repudiada por los nacionalistas.
Fernando Sagaseta de Ilurdoz Cabrera (“depositario inicial de la idea, inspirador y director” según el tribunal militar), Arturo Cantero Sarmiento, Armando León Herrera, Andrés Alvarado Janina, Luis Alsó Pérez, Manuel Vizcaíno Reyes, Jesús Cantero Sarmiento, Manuel Bello Cabrera y Manuel González Barrera (antepongo el “don” a cada uno), fueron ingenuos militantes de un movimiento independentista canario que creyeron en la posibilidad de conseguir la concienciación de su pueblo, cultural, económica, militar y policialmente sometido. Un pueblo anquilosado en altísimos índices de analfabetismo, incapaz de hacer suyas aquellas proclamas que lo invitaban a romper su condición de siervo: “Canario tú serás esclavo mientras no rompas el yugo fascista. VIVA CANARIAS LIBRE”, “Canario despierta lucha por tu Patria. Viva Canarias Libre”.
Ingenuos, sí, porque creyeron que los canarios los apoyarían. Pero circunstancias externas –dura represión-, miedos, pánicos, resignaciones del pueblo ante designios que no comprendían pero aceptaban, señoríos medievales y a veces desesperantes maneras de ser los dejaron solos. Y el tribunal militar, en procedimiento sumarísimo, los condena a penas de cárcel (salvo a don Manuel González Barrera) por Rebelión Militar según artículos del Código de Justicia Militar y distintos decretos relacionados con el Código Castrense.
A pesar de todo, su sacrificio sirvió para que Madrid tomara conciencia sobre Canarias. Y aunque es cierto que con esa “concienciación” la Brigada Político Social se puso al día en material y hombres llegados de fuera, también lo fue que hubo tímidos intentos de permitirles a los canarios su iniciación en el juego político. Algunos de ellos, ya en los setenta, empezarán a ser figuras prometedoras, pero quedaron en eso. No obstante, tal arriesgadísima ingenuidad de los nueve hombres merece ser, al menos, recordada con respeto y perspectiva. Pero no olvidemos que el mundo es de todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario