El
otro día me comentaba un compañero, cuyo padre es aldeano, que
cuando era pequeño odiaba tener que ir a La Aldea a visitar a sus
abuelos paternos, de hecho, cuando fue mayorcito para tomar sus
propias decisiones se negó a ir más. El hombre tiene hoy 40 años,
y fue tanto lo que le marcó su infancia este trayecto que hoy en día
se siente reacio a volver a tomar aquella serpenteante y peligrosa
carretera aldeana.
Seguramente
a nadie le quepa duda que trasladarse al municipio de La Aldea de San
Nicolás supone más que una aventura para cualquier habitante de la
isla redonda pero, ¿alguna vez nos hemos parado a pensar lo que
significa para los aldeanos vivir con esa intermitente
incomunicación?