Hace
unos días escribía en este mismo blog un pequeño consejo titulado
“una cuestión de luces”, en que relataba un accidente personal
sufrido durante mi estancia en la isla de Fuerteventura. Pues bien,
de ese mismo accidente saqué varias conclusiones, siendo la más
importante la constatación de que el cinturón de seguridad nos
salvó la vida. Como ya comenté en aquel relato, el vehículo
quedó siniestro total a consecuencia del accidente. Las secuelas
físicas de mi compañera y yo fueron el típico esquince cervical y
un moratón inmenso que dejó plasmado en mi pecho y vientre el
dibujo perfecto del cinturón de seguridad, el recuerdo -que
permaneció en mi piel durante unos díez días- de que el cinturón
hizo su trabajo en la brutal colisión. De no haberlo llevado, estoy
seguro que ahora mismo no estaría escribiendo estas líneas. Sería
una víctima más de la carretera.
Como
muestra de la brutal colisión de la que el cinturón nos protegió,
contarles que la colisión fue frontal porque, en un último intento
de evitarla, intenté esquivar el golpe girando el vehículo a mi
derecha, lo que evitó una colisión lateral que posiblemente hubiese
sido mortal de necesidad, especialmente para mi compañera. Añadir
que, en el maletero llevaba una pequeña compra consistente en varios
zumos con envase de vidrio, tetra briks de leche y una botellad de
lejía, que a pesar de ser la colisión frontal (el maletero quedó
intacto), todo lo que llevaba en el maletero reventó. No se pudo
aprovechar nada. Me llamó especialmente la destrucción de los tetra
briks y la botella de lejía (plástica), lo que me dieron una idea
exacta de la brutalidad del impacto y de lo que podría haber pasado
con nosotros de no haber llevado abrochado el cinturón de seguridad.
Este
accidente ocurrió a escasos doscientos metros del que era entonces
mi domicilio.
Ahora,
cuando me subo al coche, lo primero que hago es ponerme el
cinturón de seguridad, incluso antes de poner el motor en marcha.
Nunca sabes cuando puede tocarte a tí. No importa lo prudente que
seas, lo rápido o despacio que circules. Un despiste lo tiene
cualquiera, aquel día me tocó a mí y me pudo costar la vida, pero
otro día el despiste puede ser de otro, y las consecuencias pueden
ser igualmente mortales SI NO VAS ABROCHADO.
Dice
el refrán que nadie escarmienta en cabeza ajena, pero si consigo que
una sola persona recuerde esta historia en el momento de subirse al
coche, abrochándose el cinturón, me daré por satisfecho. Recuerda
que la vida en estos casos no te da una segunda oportunidad.
Maestro
Pancho.-
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