domingo, 2 de diciembre de 2012

ABRÓCHATE A LA VIDA


Hace unos días escribía en este mismo blog un pequeño consejo titulado “una cuestión de luces”, en que relataba un accidente personal sufrido durante mi estancia en la isla de Fuerteventura. Pues bien, de ese mismo accidente saqué varias conclusiones, siendo la más importante la constatación de que el cinturón de seguridad nos salvó la vida. Como ya comenté en aquel relato, el vehículo quedó siniestro total a consecuencia del accidente. Las secuelas físicas de mi compañera y yo fueron el típico esquince cervical y un moratón inmenso que dejó plasmado en mi pecho y vientre el dibujo perfecto del cinturón de seguridad, el recuerdo -que permaneció en mi piel durante unos díez días- de que el cinturón hizo su trabajo en la brutal colisión. De no haberlo llevado, estoy seguro que ahora mismo no estaría escribiendo estas líneas. Sería una víctima más de la carretera.
Como muestra de la brutal colisión de la que el cinturón nos protegió, contarles que la colisión fue frontal porque, en un último intento de evitarla, intenté esquivar el golpe girando el vehículo a mi derecha, lo que evitó una colisión lateral que posiblemente hubiese sido mortal de necesidad, especialmente para mi compañera. Añadir que, en el maletero llevaba una pequeña compra consistente en varios zumos con envase de vidrio, tetra briks de leche y una botellad de lejía, que a pesar de ser la colisión frontal (el maletero quedó intacto), todo lo que llevaba en el maletero reventó. No se pudo aprovechar nada. Me llamó especialmente la destrucción de los tetra briks y la botella de lejía (plástica), lo que me dieron una idea exacta de la brutalidad del impacto y de lo que podría haber pasado con nosotros de no haber llevado abrochado el cinturón de seguridad.

Este accidente ocurrió a escasos doscientos metros del que era entonces mi domicilio.

Ahora, cuando me subo al coche, lo primero que hago es ponerme el cinturón de seguridad, incluso antes de poner el motor en marcha. Nunca sabes cuando puede tocarte a tí. No importa lo prudente que seas, lo rápido o despacio que circules. Un despiste lo tiene cualquiera, aquel día me tocó a mí y me pudo costar la vida, pero otro día el despiste puede ser de otro, y las consecuencias pueden ser igualmente mortales SI NO VAS ABROCHADO.

Dice el refrán que nadie escarmienta en cabeza ajena, pero si consigo que una sola persona recuerde esta historia en el momento de subirse al coche, abrochándose el cinturón, me daré por satisfecho. Recuerda que la vida en estos casos no te da una segunda oportunidad.

Maestro Pancho.-

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