Hace casi dos siglos ya, pues sucedió en el año 1811, los vecinos de los Altos, del Barranco del Pinar, de Piedra de Molino, de Junquillo y Verdejo, Palmitales, Calabozo y Paso, Caideros de San José, Saucillo y Lucena, ofrecieron esta fiesta votiva a la Virgen de Santa María de Guía, en franco agradecimiento al milagro patente por haber salvado sus tierras y cosechas del azote de la cigarra que habría de hundirlos en la miseria y en la más negra desesperación. Este voto se hizo en la Montaña de Vergara, de rodillas, llorando ante el desastre inminente. Todos se postraron a la vista de las torres del Santuario de la Virgen, con los ojos clavados en una esperanza que sólo la Fe les hacía tangible. Y la Virgen les oyó. De allí a pocos instantes, vieron unas nubes que subían barranco arriba desde el mar y que al llegar sobre las tierras que gemían bajo el castigo de la plaga, descargó en lluvia torrencial arrasando en pocos momentos la cigarra y alejando en forma tan milagrosa la devastación y la ruina que se cernía sobre sus heredades y sobre toda aquella comarca.
Allí mismo, encima de la tierra redimida del castigo, ofrecieron los más viejos – en sus nombres y en los de todos los que de sus sangres de allí en adelante le sucedieren,- llevar cada año a la Santísima Virgen de Guía la ofrenda de sus terrazgos y el fruto de sus trabajos y afanes.