Al
hilo de una polémica vecinal surgida en Anzo-Anzofé, barrio
compartido por los municipios de Guía-Gáldar, quiero tirar del hilo
de este ovillo para realizar una crítica a los movimientos vecinales
y su utilización, especialmente en el norte grancanario que tanto
conozco.
Los
movimientos vecinales tantas veces alabados y otras tantas
denostados, según convenga en cada momento a la clase política, lo
forman un grupo de gente variopinta que les une su amor por el barrio
(de forma genérica) en el que tienen su residencia habitual.
Intentan por ello, lo mejor que pueden o saben, no siempre con
acierto, poner voz y hacer de correa de transmisión de las
necesidades vecinales, alejadas muchas veces de la voluntad del
político de turno.
Hay
vecinos que pierden su dinero y su tiempo -de forma altruista y con
buena voluntad- luchando por mejorar la calidad y condiciones de vida
de los barrios, acciones muchas veces ignoradas e incomprendidas por
sus propios vecinos y que suelen quedar para mayor gloria del
anonimato. Otros muchos meten su sibilina presencia de forma
interesada, bien para posicionarse de cara a posibles aspiraciones
políticas, para conseguir un puesto de trabajo en la empresa
municipal en beneficio de sus familiares o en el suyo propio…, o
para ganar influencia en intereses variopintos que nada tienen que
ver con el interés general.
Mi
respeto y admiración para los primeros, los altruistas, los de buena
voluntad y mi molesta resignación para los segundos, que son
consustanciales a la condición humana pero tremendamente dañinos
para el fin que aquí nos ocupa.
Los
primeros, gente habitualmente honorable y bienintencionados que
hacen, muchas veces con más voluntad que acierto, que el buen nombre
del barrio no quede en el olvido del tacticismo político. Los
segundos confunden habitualmente sus propios intereses con los de la
asociación y el barrio al que representan. Estos últimos se
escudan y justifican permanentemente su inacción (es lo que suele
caracterizarles) con las más peregrinas excusas. Luchan hasta
dejarse la piel por representar a un movimiento vecinal que en vez de
impulsar dejan languidecer, sin otro objetivo que el de ESTAR, para
aprovechar oportunamente “el trampolín” que les ofrece “el
cargo” o simplemente para que no lo ocupe otro… En este último
caso suelen hacerse cargo de la asociación a invitación del
político de turno, con el que tienen línea directa, siempre
interesado en que “nada cambie para que todo permanezca” y en
tener controlado “al rebaño”.