Pues ya ve usted, estimado lector: a mí no me afecta que la Iglesia católica beatificara el pasado domingo a quinientos veintidós “mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España”. (Entre los invitados, el presidente del Congreso de los Diputados, el ministro de Justicia, el ministro de Interior y el inspector general del Ejército, a quienes jamás he visto junto a un pozo o cuneta que alberguen cuerpos asesinados por los franquistas). Y no me afecta en cuanto que se trata de una sociedad privada, quizás la estructura ideológica más todopoderosa en Europa y América aunque, eso sí, inteligentemente investida de hálitos de espiritualidad que satisfacen a los creyentes católicos, con todos mis respetos. Tampoco me enerva que en la catedral de Burgos, por ejemplo, ostentosamente destaquen lápidas de mármol en las cuales figuran listados de sacerdotes fusilados por los rojos (¿por qué los odiaban?), o en edificios religiosos de pueblos salmantinos, de Ávila… Catedrales, mármoles, edificios que son suyos con el visto bueno de los gobernantes, por más que se trate de bienes de interés cultural cuya conservación nosotros pagamos.
No puedo mostrar perplejidad, espanto o desequilibrio psíquico en cuanto que la Iglesia católica fue parte del Poder durante y tras la Guerra Civil, e incluso hasta el Poder mismo (“Cuando los arzobispos bendicen el puñal y la pólvora”…., escribió León Felipe). Por tanto, es la tradición: los vencedores escriben la Historia y, además, imponen sus leyes y normas, en este caso el absoluto rencor contra todo aquello que pudiera ser sospechoso no ya de comunismo o anarquismo, incluso hasta de simple republicanismo, por más que no todas las repúblicas son de izquierdas.
Allá pues la Iglesia católica española con su conciencia, toda vez que aún le queda pendiente algo fundamental: el reconocimiento de su estrechísima colaboración en chivatazos, encarcelamientos, apropiaciones de fincas y viviendas, desapariciones, fusilamientos y, sobre todo, como sembradora de enconos, desprecios y fobias. Si a esto le añadimos el silencio –que resultó consentimiento- ante crímenes cometidos por el bando al que ella apoyaba, el círculo se cierra porque no ha pedido perdón.
Lo que sí me pareció absolutamente fuera de lugar en un país en apariencia respetuoso y democrático fue la colaboración del Partido Popular, en este caso con la retransmisión del acto en directo por La 2 –que no era la Pirenaica- y la presencia de altos cargos del Gobierno. O lo que es lo mismo, usaron el dinero de la Hacienda pública para propagar un montaje partidista que recordaba solo a víctimas de un bando, productos de bárbaros crímenes cometidos por la otra parte las más de las veces en nombre de la incultura y apasionamientos exacerbados. Porque fusilar a quienes vestían el hábito eclesiástico –por muy radicales que fueran contra la II República- fue, pura y llanamente, barbarie, bestialidad, perversión de la ideología. Pero no deben olvidar que exactamente lo mismo pasó en el llamado bando nacional contra maestros, escritores, intelectuales, obreros, campesinos, mujeres..., con la circunstancia agravante de que aquel fue el vencedor y tuvo cincuenta años para continuar con miserables comportamientos. Ahí está la Historia.
Tienen algunos sectores del PP (ojo a la distinción) una extraña tendencia al partidismo cuando de la Guerra Civil se trata. A veces contienen sus volcánicas emociones –les interesa- e intentan aparentar ecuanimidad, desapasionamiento y equilibrio emocional. Pero la fuerza interior de sus corazones expulsa el magma de la radicalización, de la intolerancia, de que ellos forman parte “de la España vencedora” o, al menos, son sus fieles veladores a la manera de Don Quijote, cuando lo hizo con espada, lanza y adarga en la venta para ser armado caballero.
Por eso me sobresaltaron las presencias del presidente del Congreso de los diputados, dos ministros y un inspector general del Ejército: ¿a quiénes representaban? ¿Al Gobierno español? Más: ¿qué representaban en aquel acto? ¿Significa, acaso, la confabulación ideológica con la Iglesia católica en un Estado cuyo constitucional artículo 14 reconoce que “no puede prevalecer discriminación alguna por razones de religión, opinión […] o cualquier otra condición o circunstancia personal o social?”. Perdió aquí el PP la oportunidad de adoptar un posicionamiento inteligente y, a la vez, respetuoso con todos, señal de que estaba por encima de las dos Españas como es su obligación en cuanto que partido del Gobierno. Que lo identifiquen con un bando no debe, pues, extrañarle. A fin de cuentas, también se niega a investigar los supuestos crímenes del franquismo.
Por suerte, no todos son iguales. El área de Cultura del Cabildo grancanario –obviamente, con autorizaciones superiores- ha presupuestado 54.000 euros para eliminar los materiales de intencionado relleno que cubren el Pozo de Tenoya, oscura y miserable tumba en la que yacen cuerpos de republicanos asesinados por los aliados de la misma Iglesia que el domingo homenajeó a sus mártires. Así, irá a la búsqueda de restos humanos, quizás destruidos por la rojiblanquiazul cal viva que arrojaron sobre los cuerpos porque sus humanos gritos se siguieron escuchando un par de días y sembraron de quejumbrosos ecos incluso hasta los claros amaneceres cuando las campanas llamaban a misa.
Cumple así el Gobierno insular el acuerdo del Pleno (26 de abril de 2012), y a la vez, con el mandato de Naciones Unidas, para quien “la investigación no puede ser una tarea de los familiares, sino una obligación del Estado”. Y sé que entre quienes más han luchado contra posicionamientos extremadamente conservadores hay una sola idea: la Corporación debe entregarles a los familiares de los asesinados sus cuerpos –si fuera posible localizarlos- porque es su obligación. Y, de paso, que sean el límpido espejo de una macabra realidad que nunca, más nunca, debe repetirse: ser ejecutados (en este caso, por ideas políticas, pensamientos, creencias). Es su mérito y lo reconozco, porque sé de trampas y barricadas en contra de tal desideologizada acción.
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